Los Cuadernos de Valdano


Jorge Valdano.

Recopilación de reflexiones, obvio en torno al fubtol, con las que Valdano explica su concepción del deporte, su significado y sus ideas; enemigo del resultadismo y el juego mezquino, busca, como la mayoría de los buenos aficionados y como Galeano lo decía un poquito de buen fútbol, de toque rápido, de pausa, de genios que sacan jugadas de sus chisteras y que buscan agradar al graderío. Dividido en tres partes, escritas a su debido tiempo respecto a la Euro 1996 en Inglaterra, los Juegos Olímpicos en Atlanta del mismo año y lo que pasaba por ese entonces en la liga Española. Nuevamente me siento afortunado ya que a la mayoría de jugadores de los que hace mención, tuve oportunidad de verlos. Hace nada más 15 años. Calificación de 8.0
Los cuadernos de Valdano

Los cuadernos de Valdano

Letchkov tiene una virtud que empieza a ser rara: le da un balón a un compañero y le presta auxilio.

Sulú Cirioni, un jugador de mi pueblo, se ponía desodorante en el entretiempo de los partidos, sorda y teatral manera de emitir dos tipos de mensajes: recordar que no había corrido en el primer tiempo y advertir que no pensaba correr en el segundo. Todos lo aceptábamos porque era un jugador imprescindible: ponía la pausa. Lo recuerdo viendo el dominio abrumador de Holanda frente a Escocia, en donde la velocidad es siempre máxima, sin matices. La pausa sirve a la sorpresa y al engaño, valores excluyentes en equipos que aspiran a la grandeza. Holanda es una de las favoritas indiscutibles del Campeonato, pero necesitaría, al menos, un jugador que se pusiera desodorante en el entretiempo.

Hay futbolistas que juegan al límite del error, al fin y al cabo cada regate tiene algo de apuesta (el que gana se lleva el balón) y cada pase de gol intenta atravesar fronteras vigiladísimas y sus márgenes nos de centímetros. Esos jugadores no disfrutan de la paciencia de nadie (ni entrenadores, ni aficionados, ni periodistas); son medidos en cada balón que tocan y el veredicto instantáneo es bien o mal, éxito o fracaso. Viven discutidos (mejor sería decir angustiados). Pienso en dos viejos conocidos: Stoichkov y Hagi. En sus Selecciones se sietnen jefes, se saben admirados, queridos, importantes. Lo que pretendo decir es que el taltento necesita de confianza y cuando la encuantra paga con gran fútbol.

Cuando uno empieza a aburrirse, es gol de Alemania.

Se pueden tener ideas distintas y afecto mutuo, incluso es conveniente.

Para jugar a no dejar jugar, cualquier jugador es bueno, incluso uno malo.

Cuentan que en la década de los sesenta llegó al Santos de Brasil un joven flaco y atrevido, con un atadito de ropa por todo equipaje, a reclamar una prueba. Como eran tiempos en que los número definían una posición, él dijo que jugaba de diez. -Pero ahí tenemos a Pelé -le aclaró el entrenador. -Ya lo pensé -contestó mi modelo de confianza en sí mismo -. Yo creo que la solución es que Pelé juegue un poco más adelante. Exageraba, pero sin algo de delirio no hay manera de llegar a ninguna parte.

A los jugadores, incluso a los grandes, se los mide a fondo en las dificultades.

No se puede jugar a dar patadas pero hay patadas que no pueden dejar de darse.

Creo en los especialistas antes que en los polifuncionales, de modo que sufro viendo a Del Piero haciendo de depredador cuando la naturaleza lo dotó con valores contemplativos. Sufro aún mas cuando escucho decir que «no se adaptó». En esos casos yo prefiero pensar que el inadaptado es el entrenador por sacar al pez de la pecera y pedirle que nade. ¿Mas casos? Seedorf no es defensa central y ejerció mal contra Suiza; a los veinte minutos de encuentro estaba en la ducha, expulsado. Onopko era el mejor de Rusia en su partido contra Italia haciendo de central cuando su equipo perdía el balón y de mediocampista cuando lo recuperaban; en el segundo tiempo lo enjaularon como líbero: adios Onopko y adiós Rusia.

Siempre nos quedará la palabra oportunista para desvelar el misterio de estos especialistas, tipos que acuden a una cita con el balón en el lugar y el momento justos siguiendo las recomendaciones del instinto. Cuando peoo juegan más me desconciertan. ¿Cómo puede ser que sólo sepan hacer lo más difícil del fútbol?

Dijimos que jugar bien no tiene que ver con ser alto ni fuerte ni rápido. Juega bien Zola: un chiquitín, y Djorkaeff: un esmirriado, y Zidane: un lentorro, y Gascoigne: un gordito, y Donadoni: un señor mayor. Lo único medible es la estatura y el peso del talento, por eso este juego es reconocido como el más generoso de todos. Hay entrenadores que viven en la siguiente contradicción: si tienen un jugador de estas características lo desprecian, pero si lo ven en el equipo contrario se asustan y le ponen todos los candados que encuentran para tenerlo controlado. Yo siempre he creído que un gran jugador está siempre por encima de una buena idea, pero remo contracorriente, la tendencia es pensar que una idea está por encima de todos los jugadores.

Para construir una casa tengo que ir cinco años a la universidad, para destruirla sólo necesito un martillo. No sé si esas proporciones son válidas pero, en fútbol, quitarle el balón al adversario es mucho más fácil que crearle un problema, y en esta Eurocopa con más razón porque cada jugador que lleva un planto tiene que vérselas con cinco que llevan un martillo.

Los abrió a base de amagues: que son mentiras contadas con todo el cuerpo; de precisión: que es un secreto que el pie le cuenta a la pelota; de atrevimiento: que es rebelarse contra la seriedad cuando se juega.

Daniel Pasarella (entrenador argentino) llama «los invictos» a los periodistas, porque no pierden nunca.

El fútbol tiene mejor memoria para la polémica que para la belleza. Uno nunca se pone en el lugar del vencido (demasiado tenemos con las derrotas propias).

Es más fácil tener razón cuando se gana.

El victimismo como punto de partida. Acaso el mejor remedio contra los males de ansiedad.

El gol es tan importante que nadie lo busca, al revés, casi todos se cuidan de que no se lo metan.

Con mucha gente defiende cualquiera.

Tim le enseñaba de un modo gráfico a diferenciar las zonas del campo: «Donde está la publicidad de Gillete hay que tocar rápido, desde el cartel de Coca-Cola puedes regatear y cuando llegas donde dice Phillips tienes que centrar».o ese tipo de jugadores, que se llevan mejor con la pelota que con e juego, no suelen entender mucho. Tim se desesperaba y en un partido no paró de gritarle: «Frena, mira, cierra, acelera, tócala, corre, tira, estáte atento, más adelante, vuelve»; ya ronco de radiarle el partido, decidió cambiarle. El extremo se metió en el banco contrariado, bebió un trago largo de agua que le devolvió la fe en sí mismo y se atrevió a hacer un comentario aclaratorio: «Maestro, yo no estaba cansado, ¿eh?». «Pero yo, si», le contestó Tim con la paciencia gastada.

No hay consuelo para el perdedor.

Estábamos en un hotel de Austria y como el cansancio no me dejaba dormir bajé a desayunar a las siete de la mañana. Me sorprendió encontrar al vasco Olarticoechea, un jugador excelente y un tipo delicioso. Abrimos conversación: «Vasco, ¿qué haces aqui?». «No puedo dormir, me aclaró». «Con quién estás en la habitación?», seguí. «Con Maradona». «¿Y qué tal?». «Mal». «¿Por?». «Mucha responsabilidad. Imagínate si le llega a pasar algo. ¿Qué le digo al mundo?».

Nadie es líder a los diecisiete años pero, cuando en un equipo hay lugares vacíos, quien tiene una personalidad fuerte y categoría futbolística se termina haciendo dueño de la plaza, aun sin abrir la boca.

Creo haberlo entendido: el resultadismo es salir a defender con fiereza el empate y, si te meten un gol, cambiar a los que corren por los que juegan bien y salir a atacar, también con fiereza, para lograr el empate (puesto que ahora se va perdiendo). Con perdón: ¿si el resultadismo no sa resultados se sigue llamando resultadismo?

Un amigo argentino, viejo habitante de las tribunas, me dijo que le daba miedo enamorarse de los jugadores: «¿Para qué», se lamentaba, «si cuando más entusiasmado estás viene cualquier equipo europeo y se lo lleva para siempre?». Diego Lucero, gran periodista uruguayo, lo dice de otra manera: «Hay que vender a los buenos para poder pagarles a los malos».

El bisturí es la prueba mayor del fracaso de la medicina.

Nigeria acaba de ganar los Juegos con la creatividad como bandera, la sonrisa como terapia y la pizza como parte esencial de su dieta.

Cuando uno compra un peroo no debe ladrar, para eso está el perro.

Este libro no sirve para jugar al fútbol. Sirve para saber que para jugar al fútbol no sirven los libros. Sirven solamente los jugadores… y a veces ni ellos, si las circunstancia no ayudan.

El futbolista es demasiado dócil y esa obediencia, que a veces roza el servilismo, lo hace cada día menos importante

El segundo es el primero de los perdedores.

Donde el entrenador se juega la autoridad es en la valentía o la cobardía de sus decisiones.

Cuentan que cuando Tito Borjas le dio el pase de gol a Héctor Scarone, no le dijo «¡tuya, Héctor!, sino, «¡suya, Héctor!», porque el respeto era demasiado

El inglés Stanley Eddington, uno de los más grandes físicos de este siglo, decía que estaba clarísimo que su mujer no era más que un conjunto de átomos y células, pero que si la trataba así la perdía. El fúbtol es una farsa que hay que creerse. No quisiera exagerar, pero sólo aspirando a la grnadeza podremos restablecer cada semana la incertidumbre, nos volverá a mostrar un regate y estaremos dispuestos a emocionarnos con su épica. Sólo así contentaremos la inteligencia, la sensibilidad y nos volveremos a conmover con la fuerza moral de los pequeños ejemplos. Si nos ponemos del todo realistas, el fútbol no existe. Pero aún, cada día nos conformaremos con menos.

Somos como los jugadores de casino, arriesgamos cuando perdemos.

El Ajax cree en el balón; sabe que el que toca encuentra, y aunque ahora sus intentos no siempre los lleva hasta el final del camino, vuelve a empezar una y mil veces, porque en eso consiste tener identidad

Esta semana el goleador del Liverpool entró al área del Arsenal para buscar un balón en profundidad. A ese balón sin dueño llegó antes el portero, pero como Fowler terminó en el suelo, el árbitro vió penalti. La supuesta víctima se levantó, le advirtió al árbitro que la falta no había existido y le pidió perdón a su enemigo natural. Heroica forma de decir que jugar importa más que ganar. Cuatro días antes, al marcar un gol frente al SK Brann noruego (cuartos de final de Recopa), Robbie Fowler lo festejó levantando la camiseta del Liverpool para descubrir un mensaje de solidaridad: «Apoyo para los estibadores despedidos». No falla: sólo puede haber un compromiso con el fútbol si antes existe un compromiso con la vida.

Tiene prestigio la autoridad.

No hay uno que no sea idéntico a los otros, hasta en lo de creerse distinto.

Michel Platini, uno de los jugadores más fascinantes de la historia del fútbol, empieza su libro, Mi vida como un partido, con esta frase: «Morí el 17 de mayo de 1987, a la edad de treinta y dos años…, día en el que me retiré del fútbol». Me sorprendió la dureza de la confesión porque Platini e sun hombre de fina inteligencia, más dotado para la ironía que para el dramatismo. También podía haber escrito que nacio ese día; un aterrizaje forzoso en el mundo de la gente corriente que obliga a un aprendizaje titánico. De pronto se pierde el privilegio de ganar millones, el canto de las multitudes y, sobre todo, el placer de vivir jugando. Alrededor del futbolista hay mucha gente que ayuda a no pensar: te eligen el menú, te sacan la tarjeta de embarque y hasta te aconsejan la postura para hacer el amor sin que el cuerpo se resienta. Cuando el fútbol se termina, ya nadie te señala el próximo paso que hay que dar. Momentos difíciles en los que hay que barajar y repartir de nuevo.

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