Nada, nadie.


Las Voces del Temblor.
Elena Poniatowska.

Escalofriante crónica de los días posteriores al devastador temblor de 1985. Igual que con la matanza de Tlatelolco, Poniatowska se da a la tarea de escuchar a los verdaderos protagonistas del desastre.; y con ello obtenemos un excelente relato que nos muestra los lados buenos y malos de este episodio. El título a mi me parecio de una sencillez aterradora, puede expresarse, como buen mexicano, que no pasó nada, que no murió nadie… o por otra parte, no quedo nada, no quedo nadie. Calificación de 10.
Nada, nadie.

Nada, nadie.

Todo el tiempo estuve dialogando con los cadáveres con una insistencia en la que había rabia, coraje, odio: «No es justo». «No es justo que en este país se caigan los hospitales, las escuelas, los edificios de gobierno, los de oficinas públicas; no es justo que lo toque siempre a la gente más fregada.»

Los propietarios de estos edificios no son desde luego criminales, son tan sólo producto de lo que les permitimos ser quienes renunciamos a ejercer nuestros derechos.

Las autoridades no apoyaron el esfuerzo colectivo, sino que lo entorpecieron. Se habla de manera reiterada de la falta de organización, de la inexistencia de planes de emergencia, de la torpeza de los funcionarios e incluso de su incapacidad para aprovechar la ayuda enviada por los países extranjeros. El estado bloqueó la solidaridad en lugar de canalizarla. La crítica que los medio de información desplegaron contra el gobierno, y todas las estructuras ligadas al aparato estatal, no se sucitó solo a partir del terremoto: resulta obvio que viene desde muy atrás, de una desconfianza de años y que, para no ir más lejos, toma como referente a la tragedia de San Juanico. La solidaridad social en la ciudad de México, que todos insisten en señalar, no siempre estuvo acompañada de una solidaridad nacional. En algunos casos, los estados no demostraron una voluntad de colaborar con la maltrecha metrópoli.

… cuando uno sufre inventa muchas posibilidades; se empieza a imaginar otras salidas.

Me encuentro en una circustancia tenebrosa, siniestra de concientización. Desde que empecé a estudiar ingeniería nos decían: «Un ingeniero es aquel que puede construir con la mitad del dinero que otra persona gasta». Un ingeniero debe construir económicamente; el ingeniero tenía que ahorrar en procedimientos constructivos. Pero la última versión que aprendo después de tantos años es que los ingenieros que construyeron los edificios caídos -especialmente el de Tehuantepec-, aprendieron a ahorrar en cantidades desorbitadas para poder medrar y ganar un dinero ilícito con un riesgo tremendo para la vida de los ocupantes.

Tlatelolco despertó con la noticia de que la señora de 60 años, descubierta ayer entre los escombros del sexto piso, no quiso salir, cuando no había nada que obstruyera su paso hacia la superficie. Voluntarios, bomberos, policías y hasta soldados esperaban expectantes a que una canastilla especial sostenida por una gran «pluma» sacara de entre los restos del edificio a la dama: de buenas a primeras ésta se negó. Con un rotundo: «Ahora no me salgo, y no me salgo», la señora, quien además no quiso decir su nombre, tomó varias piedras y desde el hoyo en que permaneció cuatro días, comenzó a «bombardear» a todo aquel que se acercaba. Finalmente, el doctor Francisco Villanueva Medina, jefe de los servicios médicos del área, se acercó cubriéndose con un pedazo de madera y tras pedir una tregua dialogó con la dama. «A ver, ahora no me salgo hasta que me reconstruyan todo esto… dígale al Presidente que no me voy a salir hasta que me levanten un nuevo edificio».

Y yo, Gisang Fung, hijo de los dueños de la tienda vinos La Protectora que está en la avenida Revolución 929, Mixcoac, despachando diariamente de 2 a 6, vendiendo vinos y abarrotes, yo Gisang, participé, y allí aprendí también que ser anónimo la mayoría de las veces es una satisfacción más grande y te da un crecimiento mayor que ser reconocido por todo el mundo que te dice «tu esto y tu el otro».

Las costureras de Dimensión Weld, Amal y Dedal fueron las primeras en darse cuenta que el patrón no las iba a ayudar; es más, vieron como se llevaba la maquinaria antes de preocuparse por las 600 compañeras sepultadas. Si alguien ha sido violentado y golpeado en este año de 1985, si alguien ha sufrido, han sido precisamente ellas. El sismo reveló que de todos los explotados en el Distrito Federal, nadie lo era más que el gremio de la industria del vestido. Si el primer empleo de las mujeres pobres en nuestro país es el del servicio doméstico, el segundo es el de la costura.

Aquí quedamos seis voluntarios y nos iremos pasado mañana a más tardar, la delegación dice que ya no hay nada que hacer. Ahora sí que ganaron las autoridades con su «vuelta a la normalidad». Ya quitamos nuestros tambos de agua potable, ya no hay letreros que digan: «No tires basura, ni desperdicies la comida», los domicilios de médicos ya no aparecen, desde hace diez días empezó a bajar el número de los voluntarios; la mayoría sólo nos dieron su primer nombre y no sabemos cómo localizarlos. ¿Todo ese esfuerzo solidario irá a perderse? Por decreto la calma tiene que regresar. La gente irá a no sé donda, a restañar sus heridas, a que se le hagan costra. Yo no veo nada que vaya a cambiar; ¿dónde está la famosa reconstrucción, la reorganización?

La profesora de gimnasia Blanca Gutiérrez se pregunta: ¿Dónde están los niños huérfanos? ¿Dónde están los familiares de los que murieron? ¿Dónde están las organizaciones? ¿Dónde los voluntarios? ¿Dónde la solidaridad? Ya verá como al rato nadie se acuerda, aquí no pasó nada, que bueno que hicieron un parquecito en el lugar del edificio, vámonos allí a jugar, vamos a tirarnos sobre el pasto. Debajo están los cadáveres. En México se tiene muy poco respeto por la vida humana, Creo que es el país en donde menos se la respeta. camine usted por la calle y fíjese en la gente, ya ni siquiera mira los escombros, ni ve los edificios que parecen zurrones de fierro y concreto. La gente circula como si nada; hasta se detiene a ver los aparadores.

Paloma Cordero de De la Madrid le dijo a Nancy Reagan: Pásele, pásele, usted perdonará el tiradero.

Limitaciones, el hospital las tuvo, y seguramente que su personal auxiliar no es de la más pulida categoría social, aunque cada vez hah mejores enfermeras. En cuanto a pacientes quizá no atendamos a la llamada nata de la sociedad, pero en México donde más ladrones hay es en los niveles más altos.

Una de las premisas fundamentales en la construcción de un hospital es que con un temblor de la magnitud que sea, nunca se debe caer. Ni un hospital, ni una escuela.

Los primeros tres días fueron críticos en cuanto a la capacidad de salvar vidas. El jueves en la noche te acercabas a las ruinas y se oían cientos de lamentos: ayúdeme, ay, ay, ay, ay. Al día siguiente ya eran unas cuantas voces y a los cuatro días había que detectarlos con equipos especiales de sonido. Se salvaron sólo unas cuántas vidas porque no se actuó rápido. Tanto en el General, como en el Juárez, en la Roma, en Tepito, En Tlatelolco, en el Centro, nunca vi dónde estaban las agrupaciones obreras, los partidos políticos, la organización priísta -tan eficiente en campañas-, la organización delegacional, la militar, la policiaca, las religiosas ¿Dónde estaba toda esa gente?, ¿dónde? No la había. Lo único que hubo fue organización civil, en grupitos, cada quien como podía. El rescate de los siete bebes a los siete días del temblor fue un milagro; no hay otra explicación, médica no la hay. Uno de ellos murió, el resto está bien. Todos los adultos que sacaron después del cuarto día, bueno, el 90% tiene deficiencia renal, pero a los niños no se les dañaron los riñones.

Solía decirse que cualquier periodista mexicano se enfrentaba a tres tabúes: el ejército, la Virgen de Guadalupe y el Presidente de la República y su familia. Eran los temas que jamás podrían tocarse «ni con el pétalo de una rosa». El terremoto también resquebrajó a estos «intocables». La gente se ha volcado en críticas. Y éstas han sido publicadas.

En gran medida el gobierno está organizado para controlar, mantener las instituciones, el statu quo y sobre todo el poder. A partir del día 19 de septiembre resultó evidente que el gobierno quedaba a la zaga. Pasaron 39 horas antes de que el Presidente dirigiera su mensaje a la nación. Nadie supo lo que era el DN-III; la población quedó con la idea de que consistía en acordonar las zonas de peligro. En pocas palabras, el gobierno falló. Primero trató de minimizar el desastre. Ordenó a los habitantes «Quédense en su casa», cuando debió hacer un llamado a los profesionistas: ingenieros, médicos, arquitectos, mineros, enfermeras, dueños de constructoras, caterpillars, grúas. Segundo, rechazóla ayuda internacional regresando aviones que más tarde volvieron a aterrizar. Que sí, que siempre si la necesitábamos. Terceró, lanzó la ilusión de la normalidad. Había que volver a ella a toda costa. Estábamos viviendo la mayor catástrofe de nuestra historia y nos repetían. «México está en pie, en pie todos, el país en pie». Aún no sacábamos a nuestra gente de los escombros, pero ya estábamos en pie, camino a la normalidad. Fue la población -por encima de siglas, partidos políticos, secretarías de Estado, estratos sociales-, los puros cuates, los compadres, quienes se organizaron en las colonias. Así surgieron las cuadrillas de salvamento y los albergues. Pasaron muchas horas antes de que el gobierno llegara a tomar las riendas.

La gente corríoa sin rumbo y sin sentido sobre los escombros, gritando los nombres de los que habían quedado atrapados, levantando las piedras, los pedazos de ladrillos, los fragmentos de vigas y los cambiaban de lugar en su intento por salvar a alguien porque se podían oír los lamentos de los atrapados, sus voces ahogadas pidiendo auxilio.

Mire, creo definitivamente que éste es un problema de conciencia. Mi familia no es rica, mis padres no lo fueron y no lo son, yo jamás pudiera podido pagarme una carrera universitaria si no es por el régimen en que vivimos, y esto hay que reconocerlo: 200 pesos anuales, cualquiera los paga, no sólo ahora sino hace 20 años o un poquito más, porque salí hace 25 años. En otro lugar del mundo dudo mucho que yo hubiera podido estudiar una carrera universitaria y ser ahora ingeniero. Mi manera de pagar a mi país es atender a la gente que aquí espera a sus muertos; sacarlos es mi homenaje a los muertos. Gracias a los impuestos de la gente que aquí murió, muchos de nosotros tenemos carrera universitaria. Se lo he dicho a mi familia, porque mi esposa y mis hijos me reclamaron antier que hacía más de un mes que no me veían (por eso me quedé en casa el viernes) y creo que ya lo entendieron. Gracias a toda esta gente que murió, agente como ésta que aquí ve esperando, insito, muchos de nosotros tenemos carrera. Gracias a esta gente, yo soy ingeniero y usted es periodista, y el presidente es presidente, por lo tanto, no estoy de burócrata cumpliendo mis ocho horas, sino el tiempo que se necesite mi presencia, el tiempo que mi cuerpo aguante y hasta que aguante, porque no es lo mismo los tres mosqueteros que veinte años después.

En México, a cualquiera que reclama su legítimo derecho lo tacha de agitador, o de traidor a la patria, o de estar al servicio de una potencia extranjera. Es la historia eterna, Estamos «coludidos con intereses extraños». Pero es más traidor a la patria el que detenta el poder del gobierno y teniendo la posibilidad no gobierna a favor de la patria y de los mexicanos. Ahora mismo pregunto: ¿quién es un traidor a la patria: López Portillo o Demetrio Vallejo? ¿Aquél que teniendo el poder lo usó para su vulgar enriquecimiento personal y para sus vulgares intereses rastreros no es un traidor? creo que muchos mexicanos estamos hartos de aguantar a funcionarios ineptos. Lo peor de nuestro país es su clase política.

Si los idealistas creyeron que la Revolución Mexicana iba a cambiar todo el país, siguen latentes los desequilibrios sociales, el reparto injusto de bienes, un terremoto no va a cambiar a un país. Incluso lo que ahora descubren que son «cristianos» y hacen tortas, al rato volverán a acumular sus bienes, a esconderlos o a enviarlos a los Estados Unidos. No es cierto, como tu lo crees ilusamente, que cambian los valores. El heroísmo es momentáneo; el heroísmo de la burguesía, porque el pueblo mexicano es heroíco todos los días: el comer mal, vivir mal, dormir mal, éste es su heroísmo cotidiano; lo tienen todo el tiempo, son héroes que están soportando la situación critica económica mientras los patrones siguen ganando dinero a montones. Ahora mismo los restaurantes de lujo están llenos, los aviones están llenos, eso quiere decir que hay mucha gente ganando mucho dinero. En cambio los trabajadores se limitan a sus ingresos y es la gran mayoría la que equilibra a este país. Es ése el heroísmo de todos los días, no sólo el del terremoto, y es mayor porque es un heroísmo en frío, consciente. La crisis económica no la están cargando parejos todos sino los sectores de menos ingresos.

El gobierno está organizado para controlar, mantener las instituciones y el status quo, no para ayudar a la población. Para él, ésta pasa a último término; lo importante es detentar el poder. Por lo tanto no supo qué hacer y trató de minimizar el conflicto. Fue una aberración sobre todo en el momento en que había gente sepultada que habría podido salvarse. Si en el canal 11 y en el 13 un ingeniero especialista o varios especialistas hubieran dado directrices de salvamento se habrían evitado derrumbes secundarios y otras fallas producto de la ignorancia y del descuido. Hubo un gran vacío de directrices y de ideas. El DN-III es un programa para gente no preparada. No es iamginativo, no propicia la participación de los que sí saben y pueden y no se aboca a la resolución de problemas, sino simplemente al control de la gente. «No haganm no se muevan». Es un programa ante todo represivo. En cuanto al DN-III, el gobierno tuvo miedo de cederle el poder a los militares y que luego éstos no se lo regresaran. Por eso ordenó: «Restrínjanse a acordonar las zonas de peligro» y así lo hicieron. Impidieron que los familiares y los rescatistas entraran a la zona de desastre.

… para cada damnificado no hay otro problema peor que el suyo.

México vivió días de guerra, la ciudad devastada, días de heroísmo y de miseria: En lo personal -dice Mario, brigadista de la UNAM-, imaginé que la familia que estaba rescatando: un matrimonio con dos niños eran mi familia; eran los míos los que estaban allí sepultados, eran mis hijos, mi esposa y yo mismo. La impresión duró las cinco noches en que permanecí con el pico y la pala dándole a la losa. Dada la posición en que murieron se notó la solidaridad de este núcleo; la mujer abrazaba a uno de los hijos, el marido los cobijaba a los tres. Murió aplastado encima de ellos, sus brazos extendidos cubriendo los tres cuerpos. «Al irlos sacando, entendí el significado de la familia: dar protección, dar la propia vida».

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